Etiquetar a ponentes y conferenciantes, decía hace unos meses, resulta práctico y útil a modo de táctica preventiva, pero también resulta sencillo pasar de la mera clasificación con fines pragmáticos a la crítica fácil de vertiente negativa. Al igual que nos quejamos por salir sólo en los medios cuando algo sale mal, lo cierto es que nosotros mismos hablamos sólo de los ponentes o conferenciantes para quejarnos de su velocidad, de la falta de documentos, o del acento endemoniado, por poner algún ejemplo, y pocas veces exponemos los méritos de nuestro objeto de interpretación. Supongo que es condición humana. Sin embargo, en esta ocasión sí que me gustaría hablar de aquellos ponentes que –después de muchos años– atesoro en la memoria por muchas razones: por su excelencia profesional, su humanidad o su excepcionalidad como personas. Muchos ya no están aquí, pero sigo recordándolos con profundo agradecimiento por las horas que dedicaron a explicarme conceptos científicos desconocidos para mí, por la comprensión y bendita paciencia que tuvieron conmigo y por saber escuchar y querer aprender también de esta profesión de la que eran cómplices. Hay oradores que te ponen el discurso en bandeja y hacen que hasta creamos que nuestro oficio es fácil; oradores apasionados por su trabajo que te hacen participes de esa emoción; oradores con un bagaje profesional que quita el hipo pero de una humildad desconcertante; científicos que son capaces de explicar los conceptos más complicados con una sencillez que sólo los sabios de verdad poseen; personas muy grandes de las que he aprendido y a las que he tenido el privilegio de interpretar.