Hace unas semanas comentabamos que las prácticas profesionales te permiten acumular horas de vuelo y experiencia para poder empezar a desempeñarte como intérprete profesional; pero además, muchas veces son la primera puerta de entrada al mundo laboral o al menos te permiten ver cómo funciona el mundo real y si ese futuro profesional es tal y como pensabas.
Esta semana comparte experiencia con nosotros, Megan Currie, licenciada en Lenguas Modernas por la Universidad de Edimburgo y, como Carla, egresada del Máster de Traducción e Interpretación de Heriot-Watt. Traductora polifacética, bloguera y apasionada del marketing y la gastronomía, Megan comenzó el programa de prácticas a comienzos de año y aprovechó cada minuto de esos tres meses para practicar cabina, aprender de todo y todos y plasmar toda esa información en los cuadernos de vocabulario más ordenados y organizados que he visto en mi vida 😉Aquí tenéis su relato y el enlace a una entrada que escribió en su blog sobre la experiencia en el IAMZ-CIHEAM.
La experiencia de Megan
El mundo de la traducción y de la interpretación puede ser bastante poco acogedor para los principiantes: todos conocemos ese círculo vicioso de la falta de experiencia que genera falta de experiencia. La pescadilla que se muerde la cola. Pero de vez en cuando, llega una oportunidad que rompe un poco la cadena y te permite salir adelante con esa mágica experiencia que necesitas conseguir … Para mí, esa oportunidad llegó el mes de diciembre pasado, cuando uno de mis profesores del Máster en Interpretación y Traducción de Heriot-Watt me puso en contacto con un centro en España donde llevaban un programa de formación de intérpretes. Durante mis prácticas, contaría con el apoyo y la supervisión de Clara y de sus compañeras mientras interpretaba discursos y congresos especializados. Por supuesto, acepté la oportunidad, hice las maletas y me trasladé a Zaragoza, lista para empezar. Y recientemente, Clara se puso en contacto conmigo para pedirme que escribiera un poquito el relato.
Érase una vez, una niña de 15 años que decidió convertirse en intérprete. Creo que es una historia bastante conocida entre intérpretes: un día apareció en el televisor una imagen del Parlamento europeo en plena sesión de debate. Me enamoré de la habilidad de los intérpretes, la urgencia con la que trabajaban, y el reto que me pareció suponer en esa profesión. Al darme cuenta de que se necesitaban dos idiomas extranjeros para trabajar para la UE o la ONU, aprendí otra lengua (en la que me lees) durante mi último año del colegio, antes de proseguir con una licenciatura en francés y español en mi ciudad natal, Edimburgo. Luego cursé el Máster en Interpretación y Traducción en la misma hermosísima ciudad, en la Universidad de Heriot-Watt. Fue al terminar el Máster cuando recibí la noticia de que la organización para la que trabaja Clara había puesto en marcha un programa de prácticas para intérpretes recién egresados de Máster, en el que participaban ya dos de mis colegas del Máster. Me apunté al programa siguiente y así, en enero de este año, conocí por primera vez a Clara.
Tres cosas esperaba de la experiencia: 1) naturalmente, mejorar mis habilidades de interpretación, las cuales había desarrollado un poco durante los doce meses del Máster pero que aún así no bastaban como para hacerme intérprete “de verdad”; 2) conocer a gente que me apoyase y me explicase un poco el mercado, desarrollando así mi red profesional; y 3) ganar la confianza que me faltaba para cambiar la firma de los correos electrónicos de «Traductora» a «Traductora e intérprete» y empezar a pedir que la gente me pagase por este servicio.
En cuanto a la primera expectativa, la experiencia la superó, y mucho. Clara y las demás intérpretes (sí, ¡éramos mujeres todas!) hicieron todo por ayudarnos a mejorar. A mi compañera y a mí nos prestaron los cuadernos antiguos de las intérpretes, proporcionándonos montones de terminología y no pocas ideas de cómo organizar nuestros propios glosarios o prepararnos para cada misión. Contábamos con toda una biblioteca de recursos para familiarizarnos con los temas de enseñanza. Nos pasaban glosarios especializados e incluso personalizados por ponente, incluyendo todas las idiosincrasias de cada uno. Además, por supuesto, las intérpretes siempre nos apoyaban en la cabina, escribiéndonos las cifras y los nombres para no tener que mantenerlos en mente, nos pasaban comentarios sobre nuestro rendimiento y nos sugerían ejercicios o prácticas que nos podían ayudar a mejorar.
En cuanto a la segunda, estoy encantada de haber conocido a toda la plantilla de la institución. A todos les encantan sus trabajos, todos se han esforzado mucho para ayudarnos y asegurarse de que sacabamos el máximo de nuestra experiencia, y algunos me han presentado a personas que han impactado directamente en mi trayectoria profesional ¡tal como la invitación a contribuir a un blog bien conocido de interpretación, por ejemplo! 😉
Y finalmente, en cuanto a la tercera… Pues una cosa es estar formado en un tema como la interpretación, incluso si el Máster incorpora un buen elemento práctico, siempre vas a salir con un poco (o más) de miedo al entrar en una cabina e interpretar, en vivo, de verdad, para personas que te escuchan. Otra cosa es seguir un programa de prácticas al lado de profesionales con experiencia, poder trabajar con ponentes reales pero en cabina muda, grabarte y luego escucharte para analizar tu propio rendimiento, recibir críticas y consejos, conversar sobre las trayectorias de las demás intérpretes, y luego, cuando te sientes preparada, abrir el micrófono e interpretar para un público (bastante) pequeño y (bastante) indulgente, en la certeza de que tienes a tu lado a una profesional ‘de verdad’ para rescatarte en caso de necesidad. ¿Y la cosa más maravillosa? Sólo con saber eso vas a triunfar, te darás cuenta de que, a fin de cuentas, habías sido intérprete ‘de verdad’ durante todo ese rato.