A finales del siglo XIX se crearon, en París, los patrones de lo que habría de ser el sistema métrico decimal, con la intención de convertirse en un estándar internacional. A España llegaron pronto estas medidas, y se establecieron por ley el 1 de julio de 1889. Aunque parezca extraño, en algunos lugares de España y en el siglo XXI todavía se siguen empleando antiguas unidades de medida, como he podido comprobar este fin de semana en una zona vinícola de Navarra. Allí, la medida agraria de superficie que se sigue utilizando es la robada, equivalente a 8 áreas y 98 centiáreas, o 898,4560 m² (una robada de tierra es el terreno que se siembra en Navarra con un robo de grano, que equivale a media fanega de Castilla). La robada es de uso habitual tanto por parte de los labradores como de la administración navarra en sus comunicados oficiales en el Boletín Oficial de Navarra.
Robada viene de robo (medida de capacidad para áridos equivalente a 28 l y 13 cl) y robo viene de arroba (del árabe clásico rub que significa «cuarto, la cuarta parte de algo», a su vez procedente del hebreo arba, que significa «cuatro»).
Es una pena que muchas de estas antiguas medidas españolas hayan desaparecido porque su sonoridad y sus indiscutibles connotaciones etnográficas y culturales nada tienen que ver con el metro o el litro: adarme, almud, aranzada, arroba, azumbre, caballería, cahíz, cántara, celemín, codo, pie, pulgada, línea, punto, pie cuadrado, copa, cortadillo, cuarterón, cuartillo, estadal, braza, paso, vara, codo de ribiera, fanega, fanegada, yugada, legua real, cuerda, marco, medio, ochavo, panilla, quintal, vara cuadrada.