El pasado 12 de septiembre fallecía el Dr Norman Borlaug, un agrónomo y genetista considerado por muchos el padre de la agricultura moderna y de la revolución verde y que en 1970 recibió el premio Nobel de la Paz porque, según las conclusiones del Comité del Premio Nobel:
«más que cualquier otra persona de esta época, ha ayudado a entregar pan al mundo hambriento. Hemos tomado esta decisión con la esperanza de que satisfacer el hambre también conlleve la paz del mundo… Ha ayudado a crear una nueva situación en el orbe y ha traducido el pesimismo en optimismo en lo que se refiere a la dramática carrera entre explosión demográfica y nuestra producción de alimentos».
El Dr. Norman Borlaug, icono del desarrollo agrícola para los productores más pobres de los países en desarrollo, nació en una granja en Cresco (Iowa, EE.UU.), y dejo su huella en la agricultura gracias a su compromiso personal y profesional con la lucha contra el hambre y la pobreza. Fue pionero en la labor de desarrollar variedades muy productivas de trigo semienano y resistente a enfermedades, y defendió el uso de variedades de cultivos modificados genéticamente a fin de mitigar la pobreza y el hambre.
Al ser condecorado con el Premio Nobel de la Paz por salvar del hambre a mil millones de personas, Norman Borlaug recordó sabiamente al mundo que él «simplemente había comprado cierto tiempo» y que la inversión continua en la tecnología de cultivos mejorados constituía una «obligación» para alimentar al mundo del mañana. Norm, como le gustaba que lo llamaran sus amigos en todo el mundo, fue un vehemente defensor de los cultivos biotecnológicos y genéticamente modificados, que consideraba como una de las herramientas tecnológicas necesarias para garantizar la seguridad alimentaria del futuro. En este sentido, Borlaug afirmó que
«Durante la década pasada, hemos presenciado el éxito de la biotecnología vegetal. Esta tecnología ayuda a los agricultores de todo el mundo a lograr una mayor producción, al mismo tiempo que se reduce el uso de plaguicidas y la erosión del suelo. Los beneficios y la seguridad de la biotecnología se han corroborado durante la última década en países en los que habita más de la mitad de la población del mundo. Lo que necesitamos es que los líderes de estos países tengan valor, ya que allí a los agricultores no les queda otra opción que usar métodos obsoletos y menos eficientes. La revolución verde y, ahora, la biotecnología vegetal ayudan a satisfacer la creciente demanda de la producción de alimentos, al mismo tiempo que se preserva nuestro ambiente para las generaciones futuras».
Durante el «II Congreso Nacional de Desarrollo Rural» que se celebra estos días en Zaragoza bajo el lema Innovar desde el territorio, se va a realizar un acto de homenaje a Norman E. Borlaug, en el que intervendrá el que fuera su discípulo, colaborador y amigo, Clive James, actual director y fundador del ISAAA (International Service for the Acquisition of Agri-Biotech).
En 1990, Clive James fundó el ISAAA, una organización sin ánimo de lucro nacida para facilitar la transferencia y adquisición de aplicaciones biotecnológicas en la agricultura de los países más desarrollados en beneficio de los más pobres del mundo. La misión del ISAAA es luchar contra el hambre y la pobreza en los países aún en vía de desarrollo. Científico agrícola, el estadounidense Clive James recibió su formación en el Reino Unido donde se especializó en agricultura en la Universidad de Gales, para después doctorarse en la Universidad de Cambridge. Antes de embarcarse en el proyecto del ISAAA fue Director General adjunto en el International Maize an Wheat Improvement Center (CIMMYT) en México, donde trabajó con el doctor Norman Borlaug (Premio Nobel de la Paz). Los últimos veinticinco años los ha destinado a vivir y trabajar activamente en Asia, América Latina y África, centrándose en la investigación agrícola, en cuestiones de desarrollo, biotecnología y cultivos. Ha colaborado también como asesor superior de la Canadian Bilateral Aid Agency (CIDA) y de la organización de agricultura y alimentación de las Naciones Unidas. Además, ha ejercido de consultor para varias fundaciones y agencias internacionales de desarrollo. Internacionalmente ha publicado anualmente reconocidos informes sobre la situación mundial de los cultivos transgénicos, su contribución a los alimentos, forrajes y fibras de seguridad. Estos estudios, reconocidos en todo el mundo, comenzaron a realizarse en 1996, cuando los cultivos transgénicos se comercializaron por primera vez.