Leí hace años que si Orfeo, el hombre con voz de dios que venció el canto de las sirenas, ejerciera de intérprete es más que probable que tuviera que acudir a un especialista para cuidar su principal instrumento: la voz.
La voz es la «herramienta» de trabajo fundamental de los intérpretes, y de muchos otros profesionales, y por eso es tan importante conocer bien las técnicas de relajación y de respiración, para prevenir disfonías y evitar que se dañe.
Uno de los mayores expertos en el cuidado y manejo de la voz fue Michael McCallion, que desgraciadamente falleció hace ya algunos años. Este británico dedicó toda su vida a estudiar, analizar y enseñar cómo disfrutar del don de la voz y desarrolló un método propio de colocación y emisión, que tiene en cuenta las variantes fisiológicas y psicológicas y que implica a todo el cuerpo.
En este vídeo vemos a McCallion en un taller que realizó hace años sobre el manejo de la voz:
Para ayudar a resolver los problemas de voz, McCallion no trabajaba sólo con los sonidos, sino con todo el cuerpo. «La voz es el resultado de la forma de vida que llevamos y de cómo usamos el cuerpo», afirmaba. «Si aprendemos a mantener un balance equilibrado entre la cabeza, la nuca y la espalda se adquiere un óptimo sentido de la dirección y la voz se encuentra libre para ser utilizada plenamente en toda su capacidad». Todas las acciones deben estar dirigidas desde la cabeza. Son los tres mandamientos únicos de Alexander, «un hombre de gran inteligencia que inventó un método de vivir difícil de explicar, incluso para él mismo, en los cuatro libros que escribió». Para McCallion, el método Alexander fue «el descubrimiento más importante del siglo XX en cuanto sistema de vivir y actuar en la sociedad», un medio de relajación y dirección corporal que puede coincidir con otros métodos más conocidos en España, como la bioenergética, el gestalt o el taichi.
Basándose en este método, Michael McCallion escribió libros y preparó a actores, políticos, periodistas, predicadores, abogados y presentadores de la televisión. Su obra más conocida, El libro de la voz, destila más de veinticinco años de experiencia en una serie de técnicas sencillas para preservar la voz; y más aún, para enriquecerla y dotarla de la máxima expresividad.
Actores, actrices y cantantes, locutores y periodistas, pero también políticos, oradores, profesores, conferenciantes, profesionales de las ventas…; todos ellos tienen en común que, en mayor o menor medida, dependen de la voz para ejercer su profesión. La voz es su instrumento de trabajo. Y, como cualquier instrumento, hay que saber manejarlo para obtener el mejor rendimiento y cuidarlo para que dure. El uso de la voz nos exigió a todos un largo aprendizaje: el potente llanto del recién nacido, nuestros primeros balbuceos, las palabras aprendidas imitando a nuestros padres, la adquisición de vocabulario y la capacidad, por fin, de comunicar plenamente nuestras ideas y emociones. Después, con los años, muchas veces lo olvidamos y damos por supuesto que ya sabemos utilizarla, que tenemos una voz para siempre, que siempre será la misma y siempre dispondremos de ella para expresarnos. Pero si vivimos de nuestra voz, es imperativo que sepamos hacer un buen uso de ella. Debemos saber cómo se produce, para mejorar la dicción, por ejemplo; cómo utilizarla con la mayor eficacia, y cómo cuidarla, para evitar perderla cuando más la necesitamos.