Hay pocas actividades que requieran tanta concentración o que sean tan exigentes para la mente como la interpretación simultánea. Hace ya unos años que se vienen realizando -¡por fin!- estudios sobre el trabajo de los intérpretes y el nivel de tensión y estrés al que se ven sometidos y sus consecuencias para la salud. Se habla, por ejemplo, de una tensión positiva, que permite al organismo interactuar con su entorno y de una tensión más negativa que puede tener consecuencias perjudiciales para la salud. Hay teóricos que distinguen entre el estrés psicológico o emocional (miedo, responsabilidad, nivel de autoexigencia, etc.) –que varía según las personas y que depende de como el individuo perciba una situación determinada– y un estrés ambiental, más objetivo (ruidos, interferencias en el sonido, densidad del discurso, velocidad del orador, etc.).
Cuando nos ponemos los auriculares antes de empezar una conferencia siempre se siente un cierto nivel de tensión [hasta el intérprete más experimentado pasa nervios alguna vez] puesto que se es consciente de que pueden surgir conceptos desconocidos, acentos difíciles, una ponencia no prevista y además leída, oradores que intentan emular a Fitipaldi, etc. Está claro, que son cosas fuera de nuestro alcance y que -nos guste o no- son inherentes a la profesión, pero la formación, preparación y, por supuesto, la experiencia y las tablas ayudan al intérprete a reaccionar con rapidez y a salir más o menos airado de lances así. Ahora además, se habla mucho de la Técnica Alexander (desarrollada por el actor australiano Frederick Matthias Alexander a finales del siglo XIX) empleada en la formación de actrices y músicos y que parecer ser ha mostrado su utilidad en el campo de la interpretación para reducir el nivel de estrés y ansiedad y mejorar la postura. Marta Renau-Michavila tiene un artículo muy completo sobre la aplicación de esta técnica en el mundo de los intérpretes. Yo de momento me conformo con Pilates.