El nombre común de la dorada (Sparus aurata) se debe a la característica franja dorada que se encuentra entre los dos ojos de este pez. Precisamente andaba yo el otro día rebuscando por las profundidades de la Red intentando encontrar la etimología y el origen griego de Sparus aurata, cuando –como suele ser habitual en mí– aterricé en el Instituto Cervantes, y en concreto en un magnífico artículo de Manuel Alvar, uno de los grandes filólogos de nuestro país y maestro de la Geografía Lingüística y la Dialectología del español. El artículo en cuestón se titula «Ictionimia y geografía lingüística. Consideraciones sobre la Nomenclatura oficial española de los animales de interés pesquero» y se publicó por primera vez en 1970 en la Revista de Filología Española, pero por cortesía de los herederos del autor, hoy se puede tener acceso a su edición digital en la página de la Biblioteca Virtual del Español, del Instituto Cervantes.
La dorada –una de las especies por excelencia dentro de la acuicultura marina – es una especie costera, que se puede encontrar incluso en estuarios, y su distribución es muy amplia desde las Islas Británicas a Cabo Verde y por todo el Mar Mediterráneo, incluso el Mar Menor. Los jóvenes frecuentan zonas litorales y lagunas costeras mientras que los adultos prefieren aguas más profundas, normalmente a 30 metros de profundidad, aunque pueden llegar hasta los 150 metros en época de reproducción. Se mueven entre las algas de zonas rocosas o superficies arenosas de los bajos fondos. Es una especie hermafrodita protándrica; es decir, son machos al nacer hasta que alcanzan aproximadamente los dos años, y a partir de los tres años se convierten en hembras maduras. Algunos individuos actúan como machos toda su vida. Aparte de la edad influye el tamaño, aunque ambos normalmente van ligados. A partir de los 600 gramos suele cambiar el sexo de los machos hacia hembras.