Así de claro lo dice José Antonio Pascual, lingüista y catedrático de la Universidad Carlos III, en el artículo de M.M. Sánchez que transcribo a continuación. Pascual indica que «aunque el dominio de la lengua es fuente de poder y resulta indispensable si se aspira a tener una cabeza bien amueblada, parece que el éxito social se ve en otras cosas, como en el dinero o la fama», «debe de haber un motivo fuerte para que la lengua, que es sutileza, posibilidad de acuerdo, lo opuesto al mundo de las verdades absolutas del blanco y negro, no esté hoy valorada en nuestra sociedad».
Buena parte de los universitarios no superaría hoy el listón gramatical (dos faltas de ortografía o tres de puntuación acarreaban el suspenso) que se aplicaba décadas atrás a los alumnos de nueve años en el examen de ingreso al bachillerato.
Nuestros estudiantes hablan, por lo general, un castellano pobre y, a menudo, impostado, porque el sistema educativo ha descuidado en los últimos tiempos la enseñanza de la lengua, y porque tampoco la sociedad cree que hablar y escribir bien sea fundamental para el desarrollo intelectual y el éxito social y profesional. Ésa es al menos la opinión de una amplia mayoría de docentes convencidos de que asistimos a un proceso de deterioro en el buen uso de la lengua.
El hecho de que muchos universitarios acaben la carrera con graves carencias gramaticales empieza a suponer ya un obstáculo a la hora de acceder a trabajos en los que la capacidad de expresión y persuasión son imprescindibles. Así, para mejorar la calidad comunicativa de sus empleados, grandes despachos de abogados, como Garrigues o Gómez Acebo y Pombo, han adoptado en su ámbito interno libros de estilo elaborados por la Fundación del Español Urgente.
El propio Colegio de Abogados y empresas como Red Eléctrica Española van a seguir ese ejemplo, mientras la Facultad de Derecho de la Universidad Pompeu i Fabra imita a las estadounidenses e implanta la asignatura de Redacción Judicial y Documental.
«Mi percepción personal es que, en cuestión de ortografía y sintaxis, el nivel universitario es desolador», sentencia Leonardo Gómez Torrego, investigador del Instituto de Filología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Es un juicio que corrobora espontáneamente una legión de profesores con amplia experiencia docente.
«Doy fe del deterioro progresivo en el uso correcto de la lengua», subraya Dolores Azorín, de la Universidad de Alicante. «Hay una diferencia abismal entre los escritos de los chavales de hace 15 años y los de ahora. Creo que la pérdida de vocabulario es la punta del iceberg de un mal endémico, estructural, de nuestro sistema de enseñanza», destaca Víctor Moreno, doctor en Filología Hispánica y autor de numerosos trabajos sobre la materia.
«La mayoría, y hablamos precisamente de alumnos de Filología, no sabe expresarse bien, no domina el lenguaje y, en consecuencia, tampoco el pensamiento», apunta Manuel Alvar Ezquerra, catedrático de Lengua Española de la Universidad Complutense de Madrid.
Lo que dispara las alarmas no son las faltas de ortografía, por garrafales que sean; tampoco las confusiones léxicas del tipo «a la muerte del monarca, empezaron las guerras intestinales». Lo que preocupa verdaderamente es la incompetencia expresiva de muchos universitarios que les imposibilita comunicarse con un mínimo de sentido, coherencia y criterio.
«El género sirve para designar el sexo de la palabra, sustantivo, adjetivo, artículo, pronombre…», escribió, por ejemplo, un alumno de Filología Hispánica en los pasados exámenes de septiembre. «Desde Aristóteles, se tiene conciencia de la palabra, aunque no se sabe si existe realmente», apuntó otro.
Aceptado que toda promoción estudiantil está llamada a engordar la Antología del disparate, el problema adquiere un fondo inquietante cuando se comprueba que alcanza también a los niveles teóricamente más selectos del mundo universitario. «Observo un deterioro muy grande, y no sólo ortográfico. Hay licenciados que tienen dificultades para ordenar una frase con su sujeto, verbo y complementos», asegura la directora de convocatorias de becas de La Caixa, Rosa María Molins.
Los licenciados de los que habla son los aspirantes a becas de posgrado, por lo general, alumnos de elevada nota media de carrera, a quienes se les pide que expliquen en dos o tres folios las razones que les llevan a solicitar la ayuda económica, el proyecto que pretenden hacer, y dónde y cómo les gustaría desarrollarlo.
¿Cómo es posible que estos universitarios de brillante currículo presenten textos pobres y deficientes al jurado que tiene que decidir si les concede las becas (74.000 euros en 18 meses) y la oportunidad de formarse en centros internacionales del máximo nivel? ¿No se esmeraría cualquiera en su lugar para que su tarjeta de presentación estuviera exenta de faltas y, en caso de dificultad, no recabaría el asesoramiento de alguien más ducho en la materia, todo menos quedar en evidencia?
La explicación no es sólo la desidia, ni las dificultades derivadas de la naturaleza ortográfica del español (la ortografía de nuestra lengua es de las más fáciles, además de muy fonética), sino el nivel de expansión actual del problema. «El mal uso de la lengua alcanza igualmente a los propios profesores de Ciencias de la Educación. Cuando les corrijo los textos, les añado el comentario de que no pueden enseñar a nadie si cometen semejantes faltas», indica Mercedes Vico Monteolivo, defensora de la Comunidad Universitaria en Málaga.
«La lengua ha dejado de ser clave en la formación del profesorado. En Magisterio, la materia Didáctica de la Lengua es una asignatura de 6 créditos y 60 horas de clase en un cuatrimestre, así que puede que las últimas promociones de maestros no estén muy preparadas en este terreno. Hay un cierto abandono de las humanidades en la formación del profesorado, y también la literatura ha dejado de ser importante», dice el decano de Ciencias de la Información de la Universidad de La Laguna, Humberto Hernández.
Aunque, al parecer, no hay estudios que lo certifiquen, algunos entendidos opinan que el proceso de deterioro se inició en 1990 con la entrada en vigor de la LOGSE, que amplió hasta los 16 años la edad de la enseñanza obligatoria. Piensan que, en la práctica, estos cambios trajeron consigo cierto abandono de la enseñanza de la ortografía en un sector muy amplio de la ESO, y que ese hueco no ha sido bien cubierto en la posterior etapa de los dos años de bachillerato.
Pese a las sospechas de algunos expertos, no está demostrado que el bilingüismo incida en el problema, aunque se sabe que algunas becas de periodismo han sido declaradas desiertas porque los aspirantes —en este caso, alumnos formados exclusivamente en catalán y con poco uso diario del español— no alcanzaban el nivel gramatical mínimo exigido.
«Los catalanes manejan el español mejor que el catalán e igual que los del resto de España», afirma Alberto Gómez Font, profesor de Periodismo Científico en la Universidad Pompeu Fabra. «Damos redacción en catalán y en castellano, y no vemos que haya diferencias significativas», indica Salvador Alsius, decano de Ciencias de la Información en la misma universidad.
La cultura globalizadora uniformadora y pasiva del ocio audiovisual, el lenguaje coloquial de los medios de comunicación y la economía lingüística que acompaña la comunicación por teléfono móvil e Internet sí estarían contribuyendo a la pérdida de la riqueza expresiva del idioma. Y, sin embargo, tampoco cabe achacar todo el problema a la invocada nefasta influencia de las nuevas tecnologías que, a cambio de actualizar el género epistolar, fomentan una comunicación sustentada en abreviaturas y en un léxico elemental en el que la h ha quedado proscrita y la q es suplantada por la k.
Ésta es la opinión de Alberto Gómez Font: «Las abreviaturas se utilizan desde la Edad Media, y, además, eso de que la gente lee cada vez menos es un tópico falso. Pero si se pasan todo el día en el ordenador».
Nadie niega, sin embargo, que el chateo juvenil, salpicado a menudo de ostentosas faltas de ortografía —no se sabe si fruto de la incuria, de la búsqueda del caos o del intento de asesinar a la lengua—, conlleva el apresuramiento y la precipitación, y, en esa medida, la renuncia a corregir el texto y a tratarlo con esmero. «Es normal que la jerga juvenil se renueve y resulte transgresora. La cuestión no son las abreviaturas de los SMS o los coloquialismos, sino el empobrecimiento extremo que a veces se refleja en cierta dificultad para razonar en abstracto y en la falta de adecuación al interlocutor», subraya Concepción Martínez Pasamar, directora del Instituto de Lengua y Cultura españolas de la Universidad de Navarra.
Con demasiada frecuencia, la forma de expresión escrita es la pura oralidad vertida directamente sobre el folio en blanco: «Una breve consulta: voy a intentar presentarme al examen del día 1, si no, me presentaré al día 7. ¿Podría decirme cual es el temario que entra para examen?, la verdad es que con tanto parcial no se que entra en este examen, quisiera saber si entra de nuevo el temario del que nos hemos examinado o no. A su vez sería interesante saber los puntos del temario que entran. Espero que esta vez me entienda, saludos».
El proclamado objetivo de que, al finalizar la enseñanza obligatoria, el estudiante debe escribir sin faltas y estar gramaticalmente capacitado para cubrir sus necesidades de expresión futuras chirría enormemente al contacto con las cifras disponibles. Según el estudio del Instituto Nacional de Calidad y Evaluación, en 2001 sólo el 11 % de los alumnos del último curso de ESO no cometía ninguna falta de ortografía en las letras, el 6% en las tildes y el 1% en los signos de puntuación. Pese a que en buena lógica, un universitario de fin de carrera tiene menos errores que un alumno de ESO, escribir correctamente es una habilidad que debe adquirirse con anterioridad.
En su intento de superar el empobrecimiento léxico, parte de la comunidad estudiantil busca refugio en el lenguaje administrativo y se adorna con un empalagamiento, un rebuscamiento postizo, un cultismo mal utilizado e inducido, en buena medida, por el mundo de la política y los medios de comunicación.
«Lo que me preocupa es que detecto un lenguaje cada vez más alambicado, retórico y cursi. En eso, los alumnos coinciden con las gentes de la tele que quieren aparecer sofisticadas. Se ha extendido el hábito del eufemismo. El problema es más la oscuridad que la incorrección, y puede que su origen haya que buscarlo sobre todo entre los políticos y los medios», indica Ángel González, profesor de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid.
Un ejemplo de esa oscuridad impostada, de ese deleznable español que se nutre a menudo de muletillas y comodines, la aportaría el siguiente fragmento de un examen universitario: «Es obvia la existencia de dos tipos de registro en este texto. (…) Céntrome un momento en el texto culto. De la mano del redactor. Cabe resaltar la intervención, más allá de los hechos objetivamente concurridos en el evento; además de oraciones explicativas a modo de epíteto, como si se tratase un público al que todo hay que aclarárselo, también se denota la compadecida visión del propio autor hacia el mismo asunto».
Empobrecimiento del léxico y rebuscamiento impostado vienen a ser las dos caras de un mismo problema que muestra que el sistema no garantiza el aprendizaje del buen uso de la lengua.
El empleo abusivo del gerundio y de las comas —«muchos textos parecen salpicados de cagaditas de mosca», dice Alberto Gómez Font—; el uso errático de las tildes y los signos de puntuación; el desconocimiento de la ortografía; los vicios del laísmo, leísmo, yeísmo y dequeísmo; la sustitución del imperativo por el infinitivo («comer» en lugar de «comed»), y la utilización del infinitivo como verbo principal («decir que»… en lugar de «quiero decir que»…) compondrían algunos de los defectos más frecuentes. A eso hay que sumar la utilización de expresiones que los entendidos juzgan aberrantes, como «a nivel de…», introducidas desde la política y el periodismo.
En este panorama poco reconfortante reverdece la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor, mientras se asienta la convicción de que, contra lo que ocurre en otros países, a nuestros estudiantes no se les forma adecuadamente en la lectura, la escritura y la oratoria; no se les enseña a exponer sus conocimientos. Los estudios internacionales de evaluación Pirls (2006) y PISA (2003) demuestran que el nivel de comprensión lectora de nuestros estudiantes de primaria y secundaria está a la cola europea y se sitúa sólo ligeramente por encima de la media de los 40 países de la OCDE.
Un dato altamente significativo es que únicamente el 40 % de los alumnos españoles tiene profesores con formación específica en didáctica de la lectura, mientras que en el plano internacional, ese porcentaje asciende al 57 %. Muchos docentes echan en falta la actividad escolar de la lectura en voz alta, la exposición pública oral de un tema, y la profusión de redacciones y notas escritas que se mantienen en países anglosajones, y en Italia y Francia. «Aquí no se ha prestado atención hasta hace poco a la retórica, como ocurre, por ejemplo, en EE. UU. con las ligas de debate universitarias», apunta Concepción Martínez. «Los ingleses cuidan mucho más la presentación», sostiene Rosa María Molins.
Sin necesidad de avalar la vieja teoría, más mito que realidad, de que hasta el más iletrado de los franceses puede expresarse con soltura y precisión, parece establecido que la competencia lingüística general (claridad, coherencia, no reiteración) en un país como Francia es superior a la de España. La razón no habría que buscarla en la naturaleza pretendidamente más lógica y diáfana de la lengua francesa, sino en el hecho, constatado por lingüistas como Eugenio Coseriu, de que se expresan de manera más lógica y diáfana. Por tanto, se trata de una cuestión de educación en su sentido más amplio.
«En Francia hay un orgullo por la lengua que no encuentro en España», constata Ángel González. «Todos los profesores franceses, sea cual sea su asignatura, son antes que nada profesores de francés», subraya Manu Montero. El ex rector de la Universidad del País Vasco piensa, sin embargo, que el problema de la ortografía y del empobrecimiento del idioma no es exclusivo del español. «Tengo noticia de que unos maestros franceses hicieron la prueba de poner unos dictados de hace 60 años y comprobaron que los alumnos de hoy cometen muchas más faltas». En todo caso, además de contar con un sistema educativo tradicionalmente orientado a la búsqueda de la brillantez expositiva, la sociedad francesa valora mucho más el hablar y escribir bien.
«Si ahora se escribe peor, es por un asunto de mentalidad, porque hay mucha gente que cree que expresarse bien no es importante y que la lengua no sirve para nada», reflexiona José Antonio Pascual, lingüista y catedrático de la Universidad Carlos III. «Aunque el dominio de la lengua es fuente de poder y resulta indispensable si se aspira a tener una cabeza bien amueblada, parece que el éxito social se ve en otras cosas, como en el dinero o la fama», indica. «Debe de haber un motivo fuerte para que la lengua, que es sutileza, posibilidad de acuerdo, lo opuesto al mundo de las verdades absolutas del blanco y negro, no esté hoy valorada en nuestra sociedad».
Con todo, José Antonio Pascual tiene un mensaje esperanzador para los universitarios que se pelean con la gramática. «Cuando Fernando Lázaro Carreter (ex director de la Real Academia Española, RAE) leyó mi tesina sobre Pío Baroja, me dijo que no se entendía nada y que, si había decidido presentarla, era exclusivamente por no dejarme sin licenciatura. Bueno, creo que con el tiempo he ido mejorando y que ahora ya no escribo tan mal», apunta con ironía. Lo dice él, que es miembro de la Academia Española.
Vía: FUNDÉU; autor: M.M. Sánchez, correodeescalona.blogspot.com, España.
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