Acabo de terminar de leer la última novela de Mario Vargas Llosa, Travesuras de la niña mala, que narra las desventuras amorosas de Ricardo Somocurcio, un traductor e intérprete que emigra del Perú muy joven hacia el París de sus sueños, y allí su vida da un giro al reencontrarse con el amor de su infancia, con la que vivirá una relación tormentosa y enfermiza durante cuatro décadas, con el trasfondo de los tumultuosos cambios políticos y sociales que se vivieron en la segunda mitad del siglo XX en lugares como Lima, París, Londres, Tokio o Madrid.
Como comenta Justo Serna en ojosdepapel, Vargas Llosa no es el único autor de literatura hispánica que usa la figura del intérprete o del traductor; también Antonio Muñoz Molina y Javier Marías, entre otros, se han servido de personajes que desempeñan nuestra profesión.
La figura del intérprete es, en el fondo, muy literaria y, en el extremo, podríamos tomarla como el epítome del personaje novelesco: es un carácter vacío que se rellena de voces ajenas, de transferencias vicarias, incluso de aquellas que le prestan los autores. Es una profesión intelectual basada en la palabra, en la lengua, una tarea en la que se da la tensión entre la traducción figurada (la libertad creativa) y la versión literal. Por eso, la persona que la ejerce puede tener vivencias semejantes a las que atesora un escritor, razón por la que este o aquel novelista se valen de ese personaje para recrear su propia existencia. Ahora bien, que se dé esta coincidencia no significa que en todos los casos el intérprete sea equiparable. En Vargas Llosa, Ricardo (Ricardito) se siente frecuentemente un depósito vacío o, al menos, un tipo sin ambiciones. O, sí, es una persona de una sola ambición: la de permanecer en la ciudad-luz.
No voy a hacer ninguna valoración de la novela –que me ha parecido soberbia, por otra parte, y de una excepcional destreza narrativa– pero sí me gustaría referirme a la reseña que Danielle Gree hace de la novela en el sitio web de la AIIC , titulada «El intérprete: ¿un profesional anodino?»
Choca sin embargo que una persona de la talla de Mario Vargas Llosa, escritor, político prestigioso, sutil e inteligente, haya hecho un retrato tan alejado de la verdad, a ratos incluso despectivo, de los intérpretes. Uno se pregunta si no tendrá cuentas pendientes con alguien de la profesión…
Como intérprete no puedo sino suscribir todas las críticas de Gree y estar totalmente de acuerdo en que Vargas Llosa no hace el retrato de un intérprete modélico, sino de un tipo mediocre al que le importa bien poco su profesión. Pero no nos engañemos, haberlos haylos. Y no solo entre las filas de los intérpretes. También hay profesores, médicos, ingenieros o abogados que podían haberse dedicado a eso como a cualquier otra cosa … Desgraciadamente, no siempre a todos los profesionales les gusta su trabajo y disfrutan ejerciéndolo. Seguro que todos recordamos anécdotas del desinterés con el que nos ha tratado un profesional o la desidia con la que hemos visto ejercer un trabajo. Eso de la satisfacción del trabajo bien hecho y del esfuerzo, parece ser que ya no se valora y pasa a un segundo plano. Pero afortunadamente, los «Ricarditos» no son la regla general, y la mayoría de los intérpretes disfrutamos enormemente con los desafíos y privilegios que nos brinda esta profesión tan agotadora, pero a la vez tan intensa e interesante.
Yo también soy intérprete y también he leído la novela de Mario Vargas Llosa y también leí en su día la de Javier Marías. Éste último -a mi juicio- se aleja mucho más de la realidad que Vargas Llosa, ya que llega incluso a inventar una figura inexistente que él da en llamar «intérprete sombra». No recuerdo que ningún colega se rasgar las vestiduras por un «retrato tan despectivo de la profesión». Asistí a una conferencia de Marías en Bruselas, hace muchos años, donde leyó el episodio más cómico de la novela, en el que el protagonista se arriesga a provocar -deliberadamente- un grave incidente diplomático. Marías justificó ese aparente dislate diciendo que, si bien era consciente de que ese episodio no sería posible en la vida real, en la novela sí parecía verosímil, que era de lo que se trataba.
¿Qué pasaría si todos los que se sienten aludidos por los personajes novelescos se pusieran a protestar por no ser retratada fielmente su profesión?
He leído ambas novelas y tengo que decir que la de Vargas Llosa me pareció mucho mejor y más realista. Sin embargo, creo que Muñoz Molina en «El jinete polaco» retrata muy bien lo que ya se ha mencionado en este blog y en otros foros relativos a esta profesión que no es más que la soledad del intérprete. Días y noches en hoteles lejos del hogar, aeropuertos fríos, cenas en solitario sin más compañía que la de un periódico.
Hace poco leí otra novela de un intérprete: La canción de los misioneros, de John Le Carré, que no está mal pero es, en la humilde opinión de un intérprete que apenas domina una lengua y media (más la materna), directamente imposible puesto que el protagonista habla e interpreta en unos 20 idiomas…
Quién pudiera…
Gracias Josemari; No he leído las otras novelas, pero tomo nota y en cuanto pueda me hago con ellas y volvemos a comentarlas.
Lo de la vida solitaria del intérprete es algo bastante relativo; y supongo que lo dices porque eres autónomo. Yo estoy en plantilla y las dos opciones tienes sus inconvenientes, pero también sus ventajas …. y ese es un tema que habría que hablar largo y tendido………
Un saludo!
Estimado autor,
Tienes razón. Te hablo desde la «autonomía» de ser freelance que, por cierto, es lo más común. Eso de ser intérprete en plantilla tiene muchas más ventajas y es más seguro. Lo hablamos en persona la próxima vez que nos veamos.
Saludos
Te tomo la palabra. Lo hablamos la próxima vez y así te cuento algunas desventajas … over a coffee …. or a beer.
Saludos de la autora 😉