El viejo truco de la «mala interpretación»

Reproduzco una interesante reflexión sobre la vieja idea de “traduttore traditore” aplicada a la interpretación simultánea, que aparece en la sexta parte de la obra de Franco Troiano, Jacques Permentiers y Erik Springael “Traducción, adaptación y edición multilingüe. Instrucciones para el uso de los servicios lingüísticos y multimedia” (T.C.G. Editions, Bruselas, 2000). No tiene desperdicio.

Suele ocurrir con frecuencia y existen numerosos ejemplos de ella. Pueden ir desde la impasibilidad con que el intérprete soporta la crítica injusta de un congresista (a menudo importante) que no conoce bien la lengua de interpretación y estima que no ha sido bien traducido, hasta la aceptación de la acusación, igualmente infundada, de haber traducido mal un pasaje sobre el cual el orador ha decidido entretanto y oportunamente, cambiar su opinión, basándose en… la reacción del auditorio.

A semejanza de los traductores, los intérpretes están expuestos al riesgo de ser acusados injustamente. En vista de que no pueden contar con la prueba que constituye los textos escritos (¡verba volant!), cuentan generalmente con el testimonio directo del auditorio.

En todo caso, el intérprete goza siempre de la indulgencia e incluso de la admiración de los participantes, quienes, muy a menudo, no son fáciles de engañar y ¡conocen el viejo truco de la «mala interpretación»!

Además, el intérprete -valiéndose de su posición de técnico completamente funcional-, permite a menudo restablecer el orden en la asamblea, que se habrá ido sumiendo progresivamente en la confusión, incluso en el caos.

Al contrario de lo que sucede con el presidente, el intérprete posee el arma absoluta para interrumpir las intervenciones abucheadas, sin suspender la sesión: le basta con señalar que sin calma ni claridad, no puede… interpretar.

Tal y como vimos en el caso de los traductores, los intérpretes también tienen buenas espaldas.

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